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martes, 3 de febrero de 2015

Infancia, de John M. Coetzee

John Maxwell Coetzee, cuyo apellido se pronuncia «Cotsía», es un autor sudafricano nacido en Ciudad del Cabo en 1940, si bien su actual nacionalidad es australiana y reside en este país. En 2003 fue galardonado con el premio Nobel de Literatura. Sus primeros años transcurrieron entre su ciudad de nacimiento y Worcester tal y como se refleja en esta novela que estamos reseñando. Licenciado en matemáticas, estuvo unos años en Londres trabajando como programador informático, etapa que refleja en su novela «Juventud». Enfocó sus pasos hacia el tratamiento de la lingüística por computadoras y tuvo una etapa como profesor en universidades de Estados Unidos y actualmente trabaja como investigador en una universidad australiana, sin por ello olvidar sus orígenes sudafricanos. En su haber ostenta varios premios internacionales además del ya mencionado Nobel y su obra es muy extensa, no solo en publicaciones sino también en críticas literarias y colaboraciones en prensa. Por destacar alguno de sus libros podemos citar «Vida y época de Michael K.», «Desgracia», «El maestro de Petersburgo» o «Esperando a los bárbaros».

En el momento en que transcurre este relato, completamente autobiográfico aunque novelado, el protagonista tiene unos diez años y vive en Worcester, una ciudad situada a poco más de cien kilómetros de su natal Ciudad del Cabo. Es miembro de una familia desestructurada compuesta por un hermano menor al que ignora, un padre abogado venido a menos por su dejadez al que detesta por sus nulas implicaciones familiares y una madre a la que adora a la vez que odia. En el colegio trata de ser el mejor, destacando en temas académicos pero también en variables de personalidad que le provocan no pocos altercados en sus relaciones con los profesores y compañeros, algunos solucionados y otros acrecentados por mentiras y falsas declaraciones, como la de hacerse pasar por católico cuando en realidad no tenía nada de ello. Anhela las estancias en la granja familiar paterna, Vóelfontein, al lado de un tío al que admira más que a su propio padre. El relato no parece ser exhaustivo y nos presenta escenas significativas o irrelevantes escogidas por el autor de esos cuatro o cinco años de su vida. Se trata de la primera parte de una trilogía que tiene continuación en «Juventud» y «Verano».

Aunque llevaba tiempo con este autor pendiente, como otros muchos, el ser de obligada lectura por uno de los clubs en los que participo me ha forzado a asomarme a su obra. Un libro pequeñito pero matón con sus ciento setenta y una páginas y sus poco más de cincuenta y tres mil vocablos que duran poco más de tres respiraciones por su lenguaje natural y espontáneo, lejos de complejidades y rebuscos. El autor hace de su vida una novela narrando desde fuera su propia existencia, como una excusa para mostrarnos la vida en provincias de la Sudáfrica de mediados del siglo XX y a la vez un repaso personal y un auto ajuste de cuentas con su pasado. Las cuestiones del apartheid tan presentes, antes y ahora, en ese país subyacen a un relato en el que la mezcolanza de nacionalidades —nativos, afrikans o ingleses—, religiones —protestantes, católicos o judíos—- o color de la piel —blancos o negros__ ocupan un trasfondo de denuncia y posicionamiento del autor. Muchas preguntas sobre sus emociones y sus modos de actuar en esa época de su vida que parecen quedar pendientes de resolución incluso para él mismo.

Aun gustándome, me ha sabido a poco. No podemos poner en tela de juicio la dotes narrativas de este autor, sobrio, mesurado y elegante, y aunque todas las comparaciones son odiosas, este tipo de relatos me traen a la memoria otros de corte parecido, o que a mí me lo parecen, como «Las uvas de la ira» de John Steinbeck, «Canadá», de Richard Ford o el magnífico «Una mujer difícil» de John Irwing, todos ellos reseñados en este blog y cuya lectura recomendaría sin dudarlo antes que este que nos ocupa.

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