BÚSQUEDAS en este blog

domingo, 12 de enero de 2014

Un árbol crece en Brooklyn, Betty Smith


Ni idea de esta autora ni de este libro hasta que me fue impuesta, cariñosamente, su lectura por uno de los clubs de lectura en los que me muevo, lo que supone en este caso una sorpresa mensual. Betty Smith, nacida en el propio Brooklyn a finales del siglo XIX y que alcanzó fama y éxito internacional como novelista con este libro, era hija de inmigrantes en aquellos primeros años del siglo XX en que llegaban a Estados Unidos personas de todas las partes del mundo buscando el «sueño americano» para subsistir y labrase un porvenir. Viendo su biografía y leyendo su novela, se pueden encontrar muchas similitudes en sus personajes, especialmente en Francie Nolan con cinco años de «decalaje» en edad. La novela fue publicada en 1943 y llevada al cine en 1945 bajo la dirección de Elia Kazan con su título original en inglés «A Tree Grows in Brooklyn», aunque su traducción al español no tiene nada que ver: «Lazos humanos». Otras novelas de publicación posterior como «Tomorrow Will Be Better» (1948), «Maggie-Now» (1958) y «Joy in the morning» (1963) no alcanzaron el éxito e incluso la crítica fue muy dura con ellas.

El relato describe la vida de una familia en los albores del siglo XX en Brooklyn, uno de los cinco barrios de Nueva York. La madre, Katie, lucha desesperadamente por sacar adelante a su familia contando con poca ayuda de su marido, Johnny, que bebe regularmente y aporta poco peculio al hogar y de forma intermitente. En todo momento queda claro que en las familias de las Nolan las que mandan son ellas. Los dos hijos, Francie y Neely van creciendo como pueden bajo la atenta mirada de su madre que hace todo lo posible por darles instrucción, en el colegio y en la vida. Muerto el padre y Katie embarazada, Francie tendrá que dejar momentáneamente los estudios para comenzar a trabajar como lectora de diarios en una empresa disfrazándose la edad y haciéndose pasar por una persona más mayor. En un final feliz, la familia rehace su vida y se libra de toda penuria al aparecer en escena un viejo conocido.
Un árbol crece en Brooklyn. Algunos lo llaman el árbol del Cielo. Caiga donde caiga su semilla, de ella surge un árbol que lucha por alcanzar el cielo. Crece en solares delimitados por tablas entre montones de basura abandonada. Es el único árbol que crece en el cemento. Crece exuberante... sobrevive sin sol, sin agua, hasta sin tierra, en apariencia. Podríamos decir que es bello, sino fuera porque hay tantos de su misma especie.

¡Oh! Cómo desearía volver a ser niña, cuando todo era tan maravilloso.
Se trata de una narración cautivadora del simple y llano transcurrir de la vida de una familia en un ambiente duro y extremo, de miseria y de hambre. Nada especial ocurre en la cotidianeidad, pero es hermoso asistir a estos bellos pasajes contados con maestría desde nuestra butaca. En mi caso me ha servido para rememorar mi visita a Brooklyn hace una quincena de años con lo que es un plus añadido. Con una cierta extensión, 512 páginas en edición impresa o 150.000 vocablos en electrónico, vamos viendo pasar los años de las relaciones interfamiliares y con los vecinos aprendiendo en cabeza ajena del desarrollo de las vidas de otras personas. Las muchas decepciones diarias con alguna esporádica alegría no son capaces de generar desesperanza en los personajes que se resisten a ver dinamitados sus sueños de un futuro mejor. A poca sensibilidad que dejemos escapar, hay momentos memorables en el relato que podemos disfrutar con una lectura pausada dejando volar nuestra imaginación y evocando nuestras propias imágenes.

Respecto de la película, supongo que me hubiera gustado más de haberla visto sin leer el libro. Dice el refrán que «una imagen vale más que mil palabras» pero las muchas imágenes que conforman las dos horas de duración no hacen honor al libro, mucho más rico en matices y escenas, que en la película ni han sido tratadas o se ha hecho de forma superficial o cuando menos extraña. Mi recomendación, como siempre, leer el libro primero y ver la película después.

Algunos párrafos extractados
Katie se había casado con Johnny porque le gustaba cómo vestía, cómo bailaba y cómo cantaba. Pero, como mujer que era, una vez casada, se empeñó en cambiarle.

El vendedor de té tenía una balanza maravillosa. La componían dos platos de latón, lustrados diariamente durante más de veinticinco años hasta quedar delgados y frágiles, que parecían de oro brillante. Cuando Francie compraba … El instante en que los dos platillos dorados quedaban quietos en perfecta igualdad de peso era hermoso y sereno. Parecía que nada malo pudiese pasar en un mundo donde las cosas pueden equilibrarse tan quietamente.

¿Acaso el dinero proporciona esas cosas? No. Eso quiere decir que hay algo más que el dinero. La señorita Jackson enseña en el colegio gratuito y no es rica.Trabaja por hacer caridad. Vive en un modesto cuartito en el último piso, tiene un solo vestido, pero siempre lo lleva limpio y bien planchado. Cuando habla, mira a las personas a los ojos, y escuchar su voz es como si se estuviese enferma y con sólo oírla se mejorase. La señorita Jackson sabe muchas cosas, es comprensiva también. Puede vivir en medio de un barrio inmundo y seguir siendo limpia y fina como una actriz en el escenario, como algo tan delicado que se puede mirar pero no tocar. No se parece en nada a la señora McGarrity, que tiene tanto dinero y es demasiado obesa y trata tan mal a los que llevan mercancías al negocio de su marido. ¿Y cuál es la diferencia entre ella y la señorita Jackson que no tiene dinero?». En el cerebro de Katie surgió súbitamente la respuesta, tan sencilla que fue como si un relámpago de asombro cruzara su mente. ¡Educación! Eso era. Era la educación lo que diferenciaba a las dos mujeres. La educación los colocaría por encima de la miseria y la inmundicia. ¿La prueba? La señorita Jackson era educada y la señora McGarrity no lo era.

«La gente siempre cree que la felicidad es algo que se pierde en la distancia —pensó Francie—, una cosa complicada y difícil de conseguir. Sin embargo, ¡qué pequeñas son las cosas que contribuyen a ella! Un lugar para refugiarse cuando llueve, una taza de café fuerte cuando una está abatida, un cigarrillo que alegre a los hombres, un libro para leer cuando una se encuentra sola, estar con alguien a quien se ama. Esas son las cosas que hacen la felicidad».

3 comentarios:

  1. Conocía el libro, y no sabía que había película (o no lo recordaba), seguiré el orden que recomiendas, que de todas formas es el orden que prefiero habitualmente ;)

    Gracias y un saludo!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Por lo general suele ser el orden más recomendable, primero el libro y luego la película. Por muy bien redactado que esté el guión y por muy fiel que sea al libro, siempre hay matices que no aparecen, además de que las imágenes que desarrollamos nosotros mismos pueden no coincidir, y por lo general no lo hacen, con las de la pelñicula.
      En este caso concreto, la imagen que yo me había formado durante la lectura de Johnny Nole (marido de Katie y padre de los niños) no coincide para nada con el actor que encarna el papel (James Dunn).
      Pero, lo de siempre, para gustos hay colores ...

      Eliminar
  2. Por desgracia, mi tránsito por esta novela ha sido arduo y desagradable. No recuerdo un obra con mayor número de incorrecciones técnicas, carente de estilo y donde los personajes parecen pergueñado en moldes idealizados y maniqueos. He intentado abandonar su lectura, pero mi orgullo herido de lector contumaz me ha impuesto acabar con sus tediosas 500 páginas.
    Es una insufrible historia de auto superación, en apología de valores como la educación y el sacrificio, plagado de tópicos, estereotipos, y expolio de escenarios dickensianos trasplantados a Broocklyn.
    Todos mis respetos a quienes les ha gustado, quizás soslayaron la zafiedad y torpeza como ha sido escrita quedándose con la pretensión de su contenido.
    Un saludo a todos, animándoos a leer la novela, pues la mayoría la valoran, defienden y recomiendan.

    ResponderEliminar

opiniones