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domingo, 25 de noviembre de 2012

las voces bajas, Manuel Rivas

un relato intimista y nostálgico
de la niñez y adolescencia
en Galicia
Puntuación 3/5

En esta obra, compuesta por un entramado de recuerdos conexos, hablan la memoria intimista del autor, escarbando en imágenes del pasado.
La infancia y adolescencia doméstica de una familia y su entorno, en una Galicia desaparecida y rescatada en las vivencias descritas en el relato.
En episodios de temática variada, audaz y arbitraria, revive a los miembros de esta familia, narrando sus experiencias tamizadas por el tiempo y la nostalgia, localizada en Castro de Elviña, una aldea colindante con A Coruña, desenterrando el sedimento de la niñez, en un contexto agrario y de posguerra. Un padre albañil, trabajador, emigrante a Venezuela, ensimismado, saxofonista vocacional y esporádico, docto en silencios y actitudes frente a la vida, afanado en la ingrata y dura labor de proveer al hogar de lo necesario.
La madre Carmiña, amante de la literatura y de las palabras, “verbibora”, que compagina trabajo y la inclinación hacia la lectura, con inducción a los hijos por descubrir los misterios que en los reglones de los libros se cifran.
María, su hermana, como un alma gemela, compañera de miedos y descubrimientos, de peleas sofocadas por la inteligencia paterna. Una presencia melancólica y doliente en su pasado. Una niña, convertida en mujer ante sus ojos, con alma de sufragista y revolucionaria, incipiente escritora, lectora y desaparecida:
Y encima de la mesa María, Lee en voz alta el periódico. No hay radio, no hay televisión. María esta leyendo con la linterna de sus ojos verdes en medio de un silencio antiguo.”
Latente en todos los comentarios la persistencia atávica del franquismo, con los fantasmas adheridos a la dictadura, con su represión física y emocional, el miedo al hablar, a ser escuchado, a ser señalado como desafecto y sospechoso.
El murmullo de las voces de los personajes, en una letanía amortiguada por el tiempo. Todos los recuerdos estibados en la mente, la apertura a la vida de unos niños, los primeros trabajos como periodista, los poemas olvidados o aplazados, los parientes, escenarios arrumbados en la memoria y recuperados en este libro. La Galicia agraria, donde las vacas se asoman a un mar, símbolo de peligro, de provisión de huida, batiendo en los acantilados su telúrica sinfonía, con las bestias como espectadoras.
Todo rezuma melancolía y añoranza, con el escozor de la pérdida de los seres amados y resucitados en el relato, invocados de manera arbitaria, de forma cronológica y desordenada:
relatos radiofónicos de Carlos O,Xestal,
una maleta convertida en asiento en su primera escuela, permonitoria y metáfora de la emigración en Galicia,
el peluquero locuaz y retórico suspendiendo historias al filo de un tijerezado en el aire,
el asombro ante el progreso simbolizado en una fabrica de Coca-Cola
“mirabamos asombrados el movimiento incesante de la cinta transportadora donde las hileras de botellas de la pócima entraban vacías por una lado y salían llenas por el otra sin la presencia a la vista de ningún ser humano. Cuando me hablan del <<realismo mágico>> esa etiqueta literaria de la que abusan los críticos perezosos, lo primero que me vine a al cabeza es aquella fábrica transparente y la visión de las botellas que se llenaban solas”
oficios en extinción apuntalando las constantes del día,
“un cantero que tenía su taller en un alpendre, al pie del monte del faro. El golpear del mazo en el cincel con el que labraba el granito, cruces y lápidas, se imponía a la manera de un reloj resentido, con su tiempo hecho a mano”,
de mujeres portando la colada en la cabeza sin aparente esfuerzo, en esferas perfectas de pertrechos, un maestro tullido y politizado aficionado al boxeo, impartiendo docencia en un bar ante un televisor retransmitiendo un combate de Cassius Clay contra Joe Frazier,
fotógrafos ambulantes estafando las ilusiones de la gente, en esa primera foto de familia nunca disparada ni disfrutada,
detenciones de la policía franquista en los estertores de la dictadura.
 redacciones de periódicos, obituarios en prensa, del ruido de las máquinas, el olor a la tinta y la leche de los talleres gestando el noticiario.
El título del libro lo explica el mismo autor, y proviene de una frase de la obra Esperando a Godot, en la que dos personajes “oyen las voces bajas de los muertos. Su sonido es como de alas. Como de arena. Como de hojas. Susurran. Murmuran
En toda la narración se impone un lirismo contenido, una rememoranza doliente del escritor por el rescate de las voces de sus parientes fallecidos, hilvanando un trapantojo de su pasado, que pese a algunos afortunados momentos, es demasiado disperso para el lector, desenfocado.
Manuel Rivas, y me duele escribir estas líneas, un escritor, reconocido, premiado instucionalmente y sobre todo por sus seguidores, podría haber sacado más partido a un material tan emotivo e intenso como el manejado en el relato, falto de ritmo y descompensado, y pese a ello, una obra que merece el aprobado y su lectura, pero carente de la brillantez de otras de sus obras.-

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